Son muchos los momentos en los que
he compartido vivencias y experiencias con personas de mi entorno. En
definitiva momentos de convivencia. Son muchas las situaciones que
vienen a mi memoria al pensar en este tópico, aunque sin ninguna duda el
momento de convivencia que guarda un lugar especial en mis pensamientos fue el
vivido en mi primer congreso. Ese congreso en el que cuatro casi perfectas
desconocidas decidieron emprender una aventura en Granada acompañadas de su
docente y mentora.
Éramos personas muy diferentes que
pocas veces habíamos coincidido. A una de ellas la conocía por haber compartido
espacios en el colegio cuando estaba haciendo el acompañamiento mientras ella
estaba de prácticas. Se veía una mujer implicada y que le gustaba lo que hacía,
que lo daba todo por las niñas y niños que estaban a su alrededor y que no se
conformaba ante cualquier injusticia; aunque rara vez cruzamos una palabra,
siempre estábamos rodeadas de niñas y niños y nosotras nos volcábamos en
nuestro trabajo. Tras todo eso nos perdimos la pista y después, en ese año en
que nos fuimos de congreso, era estudiante del máster en el que yo estaba
trabajando. Nuestros caminos se volvieron a cruzar de alguna manera.
Otra de ellas no la conocía de
absolutamente de nada. Era una estudiante de 4º del Grado de Educación Infantil
que estaba desarrollando su TFG en la misma línea que estaba trabajando yo.
Únicamente la había visto una vez antes del congreso porque llamó a mi puerta
preguntando por él y cómo íbamos a organizar el desplazamiento. Me pareció una
muchacha tímida y dulce que se hacía una bolita ante situaciones más grandes
que ella, la conversación fue breve dado que estaba bastante ocupada y, más tarde,
descubrí que esa situación provocó que pareciera desagradable y arrogante a sus
ojos. Todo esto, su percepción y la mía propia, fueron cambiando a lo largo del
congreso. ¡Cuánto daño hacen las primeras impresiones a veces!
A la tercera persona sin embargo sí
que la conocía bastante bien: mi pareja. Era un estudiante de 2º del Grado de
Educación Infantil que se implicaba y lanzaba con todos los proyectos que
surgían en la facultad que marcaran la diferencia.
Y después estaba yo, una estudiante
de máster que trabajaba al mismo tiempo en la facultad y que tenía mil
inquietudes en mi cabeza y muchas ganas de cambiar las cosas aportando mi
granito de arena.
Y ahí estábamos, cuatro desconocidas
con una cosa en común: Mayka. Unas por ser alumnas de TFG, otros por ser
alumnos colaboradores o por haber compartido proyectos con ella. Y algo más: la
pasión por el Aprendizaje y Servicio, que era el hilo conductor que nos llevaba
de congreso.
Finalmente decidimos que iríamos a
Granada en coche, éramos 5 y podíamos compartir gastos. Y sin ninguna duda fue
una gran decisión. Ese camino en coche fue responsable de desmontar muchas de
esas primeras impresiones y nos permitió conocernos mejor, comprobar que esas
“algunas cosas en común” eran en realidad “muchas cosas en común”. Misma
concepción de la educación, misma lucha por la transformación, mismas ganas de
implicarnos… Y si los coches hacen magia no podemos dejar de hablar de esas
noches compartiendo casa donde apenas se dormía y hablábamos, reíamos y
llorábamos. ¡Quién nos iba a decir que cuatro personas que se conocían tan poco
llegaran a llorar y compartir tanto en una noche! Descubrimos que no sólo
compartíamos inquietudes y profesión; sino que realmente éramos personas
similares en algunos aspectos y con vivencias muy parecidas. Esos momentos
donde compartimos historias de vida nos ayudó a ser más conscientes de nuestras
fortalezas y debilidades, superar barreras que en ocasiones nosotras mismas nos
habíamos impuesto y dejar que otras personas entraran en nuestra realidad.
Hoy esas tres personas son mis
imprescindibles, mis esencias. Desde ese momento somos un equipo y trabajamos
juntas. Nos complementamos con nuestras personalidades y potencionalidades,
seguimos riendo y llorando, tenemos proyectos comunes, apoyamos los proyectos
individuales, nos movilizamos, visibilizamos nuestro trabajo,... ¡y hasta
tenemos un artículo juntas! Y no solo eso, somos un equipo de trabajo y también
grandes amigas y amigos. Ese congreso marcó un antes y un después en nuestras
vidas, hizo que cuatro personas que luchaban en solitario y que se sentían
solas se unieran e hicieran piña.
De esta forma todo se transforma y
los círculos se cierran, y la vida sigue y sigue girando haciendo
que todo
crezca. E incluso ahora sigue transformándose, ya no somos cuatro sino cinco.
Otros congresos, otras vivencias y otras experiencias han hecho que otra
esencia más se incorpore al equipo. De nuevo otra de esas estudiantes del grado
de Educación Infantil que se preocupa por todo lo que ocurre a su alrededor, se
moviliza y arrolla con las injusticias, que se implica en su facultad, que
colabora en el departamento y siente el ApS. Otra compañera que se incorpora y
pasa de lo individual a lo colectivo.
Para mí, eso es la clave de la
convivencia. Es encontrar espacios para compartir, construir, dialogar y ser tú
misma sin presiones ni ataduras de ninguna clase. Es ser tú en relación a otras
personas y eso precisamente es lo que conseguimos en nuestro equipo.